Saludos, queridos amigos. Hoy, sobre todo, quiero expresar mis condolencias a quienes han perdido a seres queridos en esta pandemia. En PEN somos siempre conscientes de la fragilidad de la vida humana y tratamos de proteger a aquellos que están encarcelados, en el exilio o que viven con peligro. Nuestra Lista de Casos a menudo parece tanto un canto fúnebre como una lista de las personas más valientes de la tierra. Los riesgos actuales incluyen también la pandemia y los escritores que se encuentran en prisión son probablemente más vulnerables a la enfermedad y a las violaciones de los derechos humanos, incluida la denegación de la asistencia médica necesaria. PEN International reitera su solicitud a todos los gobiernos de liberar de forma inmediata e incondicional a todos los escritores encarcelados por la expresión legítima de sus opiniones.
También me gustaría aprovechar este momento para rendir homenaje a Sir Ronald Harwood, presidente emérito de PEN International, que falleció este pasado mes de septiembre. Fue presidente de PEN desde 1993 hasta 1997. Esto significa que Harwood estuvo al frente de PEN durante los años más difíciles de la fatwa de Rushdie y dio la bienvenida al escritor al congreso de Santiago de Compostela en 1993. Menos de un mes después, a William Nygaard, el editor noruego de los Versos Satánicos, le disparon en el exterior de su casa. Me gustaría añadir a la biografía de Harwood que estuvo también implicado en el caso Ken Saro-Wiwa, que aún sigue siendo, hoy en día, uno de nuestros casos más desgarradores. Harwood también era presidente en junio de 1996 cuando 61 ONG, 41 centros PEN y 40 expertos en derechos lingüísticos de todo el mundo se reunieron en Barcelona para proclamar la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos.
Durante estos meses, en los que uno tiene la sensación de que no está ocurriendo nada y de que todo está ocurriendo, ya que pasamos los días respetando el distanciamiento social, ocultos tras las mascarillas y echando de menos la presencia física de tantas personas a las que queremos; he pensado en cómo aparecen las plagas tanto en la historia como en la literatura. La víctima más antigua conocida de una plaga se encontró en la excavación de una tumba sueca en 2018 y su descubrimiento dio evidencia de la Yersinia pestis entre los restos humanos enterrados. La fecha estimada de la muerte de esta persona pertenece al periodo conocido como el declive del neolítico aproximadamente en el año 3500 AD.
En estos días, a muchos de nosotros aquí en PEN nos han pedido que escribamos nuestras experiencias durante esta nueva plaga (PEN Portugal, por ejemplo, ha hecho una solicitud de manuscritos para crear una antología) y no cabe duda de que la COVID 19 desempeñará un papel importante en la literatura de nuestros tiempos.
En las novelas, las obras de teatro y los poemas, las plagas aparecen por doquier. Hasta hace unos pocos meses había olvidado, por ejemplo, que es debido a una plaga que Romeo no recibe la carta que le informará de que Julieta no ha muerto, sino que solo ha tomado una poción. (La plaga a la que Shakespeare hace referencia fue la peste italiana de 1630 en Lombardía y la región de Véneto, que mató a más de 280.000 personas). El mensajero que llevaba la carta no pudo salir de una ciudad, que se vio repentinamente sometida a cuarentena y nadie tenía permitido dejar. Por ello se desarrolla la tragedia de Romeo y Julieta y su sino ineludible.
También he pensado en Edipo rey de Sófocles, que abre con la ciudad de Tebas asolada por la peste:
«… Y toda la ciudad está saturada del humo de incienso …
Porque esta nuestra ciudad, como tus ojos pueden ver,
Está dolorosamente sacudida por la tormenta …»
La Iliada de Homero comienza con una plaga que visita el campamento griego en Troya para castigar a los griegos por la esclavización de Criseida por parte de Agamenón. La peste marca el tono del libro con estas palabras:
CÓLERA:
Canta, oh Diosa, la cólera de Aquiles,
(…)
así el dios
lanzó la peste al campamento griego,
y los soldados morían por ella.
El Decamerón, escrito en 1353 por Giovanni Boccaccio, trata de diez personas que quedaron aisladas a las afueras de Florencia para sobrevivir a la Peste Negra. A medida que el tiempo va pasando, estas almas temerosas van tomando turnos para contar historias acerca del amor, la moralidad y el poder y lentamente van relevando las vidas que se han detenido por culpa de la pandemia. En las primeras páginas, el narrador pregunta «¿qué hacemos aquí? ¿qué buscamos? ¿con qué soñamos?» Yo me hago esas mismas preguntas a diario.
A lo largo de estos meses, muchos de nosotros también hemos vuelto a leer La peste de Albert Camus, que yo había leído en la universidad hace muchos años y en la que no había vuelto a reparar desde entonces. En el libro, un personaje dice «Es imposible que sea la peste, todo el mundo sabe que la peste se ha extinguido en occidente», «Sí, todo el mundo lo sabe», replica el personaje del Doctor Rieux, «a excepción de los muertos». A pesar de que estas palabras son tanto irónicas como inquietantes, esta novela no pretende llenarnos de miedo. Al contrario, el libro trata de la necesidad de consolarnos unos a otros en nuestra aflicción común. En la novela, el doctor, que cuida pacientes infectados por la peste, dice: «Todo esto no va de heroísmo. Puede parecer una idea ridícula, pero el único modo de luchar contra la peste es con decencia». Otro personaje pregunta qué es la decencia. «Hacer mi trabajo», responde el doctor. En PEN entendemos bien esta respuesta ya que, como el buen doctor, nosotros estamos haciendo nuestro trabajo y es la única cosa decente que podemos hacer.