Uruguay: ¿un país sin rumbo?
Fecha: 15 enero, 2023

Por Luis Alemañy

Uruguay: tendencias políticas a un año de las elecciones — CELAG

“Ser diferente no es ni bueno ni malo. Simplemente significa que eres lo suficientemente valiente como para ser tú mismo.” Albert Camus

Aunque parezca increíble, a esta altura de la historia, hay quienes creen que Uruguay es un país sin rumbo.

No se trata de extranjeros que no tienen la menor idea sobre la peculiar historia transcurrida en esta pequeña nación del cono sur sudamericano, desde hace más de dos siglos.

Lo más asombroso, es que quienes creen, a pies juntillas, que Uruguay navega sin rumbo son algunos uruguayos y qué, además, se postulan a dirigir los destinos de la nación.

Lo paradójico es que, para cualquier observador extranjero, por más que desconozca su historia, habida cuenta de la inestable situación regional y mundial, en medio de aguas tan turbulentas, Uruguay es reconocido por cómo ha logrado salir airoso de la pandemia que conmovió a la humanidad entera y, hasta ahora, de las múltiples consecuencias de la guerra en curso, desde hace casi un año, después de la criminal y retrógrada invasión rusa a Ucrania.

A pesar de tantas adversidades de los últimos años, todos los indicadores sociales y económicos, son más que elocuentes para demostrar que Uruguay es uno de los países mejor rumbeados, tanto a nivel regional como mundial. Tan solo consignemos que la tasa de crecimiento en 2022, a nivel mundial, apenas superó el 3% y la de Uruguay registró un 5%.

En lo que se refiere a las sociedades humanas, los historiadores modernos han acertado a distinguir ciclos diferenciados que se inscriben tanto entre la historia corta, como en la historia larga. Octavio Paz nos advirtió que dicha distinción de los historiadores modernos, en nuestra América Latina, ya había sido descubierta por los mayas.

Y en la actual vorágine de acontecimientos cotidianos de las sociedades actuales, exaltadas por la irrupción de las redes sociales -en la etapa infantil de la era informática-, para cualquier observador poco avisado, el panorama se torna muy confuso, poco promisorio y muy propicio para las visiones nihilistas y apocalípticas. La exaltación de los hechos negativos de la historia corta, ocultan los pasos más fecundos que se inscriben en la cuenta de la historia larga.

La historia larga de la humanidad, está signada por la evolución milenaria de la inteligencia, cuando comenzara a intuir que nuestra especie tiene la capacidad que la distingue de las demás: los seres humanos no nos reproducimos, sino que tenemos el don de crear criaturas únicas e inteligentes como, en la segunda mitad del siglo XX, los descubrimientos genéticos lo han demostrado. Dichos descubrimientos nos han confirmado qué, desde el mismo instante de nuestra concepción -por obra y gracia del amor que unió a los progenitores-, somos una posibilidad de ser quienes somos, entre millones de millones de posibilidades de ser otra persona diferente.

En esa radical verdad de nuestra naturaleza como especie, encuentra su mayor razón de ser el tan reciente fenómeno de la fundación de las sociedades democráticas modernas, después de tantos millones de años de presencia en este mundo y el milenario reinado de los autoritarismos. Pero el desarrollo, también milenario, de la inteligencia humana, ha sido el principal artífice en la paciente construcción de la historia larga.

Así mismo, el autoritarismo sigue siendo, en nuestros días, el mayor flagelo que azota a la mayoría de las sociedades humanas y la mayor amenaza que deben enfrentar las sociedades democráticas modernas.

Si bien dicho fenómeno es muy preocupante en nuestros días, el período más dramático, se registró en el siglo XX, cuando irrumpieran los fenómenos ideológicos del nazi-fascismo y del comunismo, concitando la adhesión de importantes sectores populares y que terminaran aniquilando a millones de seres humanos.

Mas, aquéllas utopías reaccionarias del siglo XX, no se resignan a desaparecer en el siglo XXI. Ellas continúan batallando hasta nuestros días, utilizando todos medios a su alcance para combatir, en la historia corta, las inexorables tendencias de la historia larga.

Y, dicho fenómeno, está impactando muy fuertemente en las muy noveles sociedades democráticas modernas, desde las más antiguas y, mucho más aún, en las más recientes.

Baste recordar que, entre 167 países, hasta la fecha, tan solo 23 son considerados como democracias plenas. Y, en nuestra doliente América Latina, solo califican tres: Uruguay, que los encabeza, seguido por Chile y Costa Rica.

Pero si nos detenemos a reflexionar sobre la historia larga, encontramos la explicación del porqué Uruguay se encuentra entre las primeras sociedades democráticas plenas en el concierto mundial y la primera en América Latina.

Los cimientos se encuentran en la parte esencial de las Instrucciones de 1813, mandatando la construcción de un Estado regido por la independencia de sus tres poderes –Ejecutivo, Legislativo y Judicial- consagrando “las libertades civiles y religiosas en toda su extensión imaginable”. Es cierto que demoramos poco más de un siglo –hasta la Constitución de 1916- en terminar de edificarlo y que debimos sortear períodos aciagos en el siglo XX, pero de los cuales, la sociedad democrática resurgió con renovada vigencia.

Ya en 1926, José Ortega y Gasset, presagiando los dramáticos y luctuosos años que se avecinaban, en la “Rebelión de las masas”, advertía: “Las revoluciones, tan incontinentes en su prisa, hipócritamente generosa, de proclamar derechos, han violado siempre, hollado y roto el derecho fundamental del hombre, tan fundamental, que es la definición misma de su sustancia: el derecho a la continuidad. La única diferencia radical entre la historia humana y la «historia natural» es que aquélla no puede nunca comenzar de nuevo. Köhler y otros han mostrado cómo el chimpancé y el orangután no se diferencian del hombre por lo que, hablando rigorosamente, llamamos inteligencia, sino porque tienen mucha menos memoria que nosotros. Las pobres bestias se encuentran cada mañana con que han olvidado casi todo lo que han vivido el día anterior, y su intelecto tiene que trabajar sobre un mínimo material de experiencias. Parejamente, el tigre de hoy es idéntico al de hace seis mil años, porque cada tigre tiene que empezar de nuevo a ser tigre, como si no hubiese habido antes ninguno. El hombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Éste es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre. El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantada gota a gota en milenios. Por eso Nietzsche define el hombre superior como el ser «de la más larga memoria».”

Similares reflexiones y que datan de la misma época, encontramos en las obras de nuestro Carlos Vaz Ferreira, cuando ambos no sabían que sus reflexiones, forjadas sobre la altitud de ese pretérito amontonado, al decir de Ortega y Gasset, estaban cimentando la construcción del legado más importante que nos dejaría el siglo XX, la Filosofía de la Inteligencia, como nos los develara en el año 2000, otro compatriota, Arturo Ardao, en su “Lógica de la razón, Lógica de la inteligencia”.

De ahí que si algún desprevenido, en este inicial 2023, después de todo lo vivido y pensado, puede llegar a creer que nuestro país no tiene rumbo, tan solo hará gala de una olímpica ignorancia.

Luis Alemañy, 9 de enero de 2023.

Leer en inglés, francés y portugués

Uruguay: a country without direction?

Uruguay: un pays sans but?

Uruguai: um país sem rumo?

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