Por Luis Alemany
“Sólo acepto este mundo
iluminado
cierto, inconstante, mío.
Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se
esconda.”
Ida Vitale
De los once candidatos a la Presidencia de Brasil, en la primera vuelta, siete de ellos no llegaron recoger ni el 1% de la voluntad popular y quien mayor guarismo registró, solo alcanzó el 0,51% de los votos totales.
En tiempos tan apasionantes y peligrosos como el conjunto de la humanidad se encuentra viviendo, las sociedades democráticas modernas, desde las más antiguas a las más jóvenes, se encuentran amenazadas por la empobrecedora dialéctica política de los extremos.
En Sudamérica, las sociedades democráticas, después de un siglo XX plagado de regímenes dictatoriales, fue muy recientemente, entre las décadas de los ochenta y comienzos de los noventa que surgieron o resurgieron.
Y en el caso de Brasil, la democracia resurgió fuertemente recién en el año 1985. La experiencia histórica nos enseña que la democracia, es un sistema frágil y que no alcanza con que los pueblos puedan expresarse libremente en las instancias electorales, si dichos procesos no van acompañados de una verdadera construcción de la institucionalidad que alcance una auténtica separación de los poderes del Estado.
Un cambio de época tan profundo como están viviendo las sociedades humanas, produce mucha confusión y fenómenos retardatarios que creímos superados.
¿Un nuevo Renacimiento?
Las sociedades democráticas modernas se encuentran viviendo transformaciones tan profundas, como las conocidas en la época renacentista, hace más de medio milenio.
Después de la primera revolución industrial, desde hace unos pocos años, a partir de la cuarta revolución industrial, se está operando una significativa mutación en el modo de producción, configurando sectores sociales muy diferentes a los de antaño.
Las grandes potencias económicas, se basaban en la cantidad de fuerzas físicas humanas, para ocupar los puestos de trabajo que las industrias iban creando. Ahora, dichas fuerzas físicas están siendo reemplazadas por personas capacitadas para trabajar en robótica, inteligencia artificial, cadena de bloques, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D y vehículos autónomos.
De ahí qué -y muy en particular-, para el desarrollo de las sociedades democrática, basadas en una auténtica separación de poderes, ello solo no alcanza, sino es acompañado, en la actualidad, de un sistema educativo que ayude a elevar la cultura de las personas, acorde a los nuevos instrumentos productivos, haciendo énfasis en los sectores más empobrecidos, acumulados por tantos milenios de postergación y explotación.
Si bien los intelectuales y pedagogos más avanzados en las sociedades democráticas, desde comienzos de la segunda revolución industrial, a fines del siglo XIX, tuvieron muy claro que los sectores populares más empobrecidos, solo encontrarían un vehículo de ascensión social, creando sistemas educativos al que tuvieran acceso toda la población. Por eso ahora es tan imperiosa la necesidad de reformar los antiguos sistemas educativos. preparando a las personas para vivir activa y creadoramente en sociedades muy diferente a las del pasado.
Los cambios, en el mundo de hoy, son cada vez más rápidos. Así se ha comprendido en sociedades que hasta hace muy poco eran de las más pobres en el mundo y al realizar profundas reformas educativas, preparando a las personas para su inserción al mundo de hoy, han logrado superar la pobreza milenaria, como ha sucedido en el sudeste asiático. También son los casos de Corea del Sur, Japón y Taiwán, después de la Segunda Guerra Mundial, así como la propia Finlandia que, hasta bien entrados los años setenta del siglo pasado, sus habitantes eran la mano de obra menos calificada que encontraban trabajo en la pujante Suecia de aquellos tiempos.
Ese y no otro es el camino para que las sociedades democráticas logren ser gobernadas por el sentido común de sus integrantes, poniéndolas al abrigo de sus enemigos y la empobrecedora dialéctica de los extremos, dejando atrás el antiguo aforismo de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”, haciéndolas cada vez más libres y justas.
Los dilemas brasileños
Y retomando la reciente experiencia electoral brasileña, en la primera vuelta, ella pereció estar amenazada por esa dialéctica extrema, pero estuvo condicionada –por su exigua diferencia- a ganar el voto centrista que obtuvieron los candidatos más sensatos y mejor formados, ubicados en tercer y cuarto lugar del voto popular. Es muy cierto que ellos, sumados, obtuvieron, tan solo, el 7,20% de la adhesión de los votantes, pero ese es el porcentaje de electores más importante que disputarían los dos candidatos más votados, para triunfar en el balotaje.
Entre las abrumadoras mayorías recogidas por Luiz Inácio Lula da Silva con el 48,43% y Jair Bolsonaro con el 43,20%, el tercer lugar lo obtuvieron Simone Tebet con el 4,16% y en cuarto lugar Ciro Gomes con el 3,04%.
Simone Tebet, abogada, profesora, escritora y Senadora Federal desde 2015, expresó, después de emitir su voto: “Lamentablemente, vimos que la polarización ideológica contaminaba el alma del pueblo brasileño. Nuestra candidatura proponía exactamente tomar el camino del medio, es decir, con equilibrio, con moderación, con diálogo, trayendo propuestas y soluciones reales a los problemas reales de Brasil”. “Simone Tebet: el aplomo femenino que da la sorpresa en las elecciones de Brasil”, tituló “El País” de Madrid, después de la primera vuelta de las elecciones brasileñas.
Ciro Gomes, abogado y profesor universitario, ha sido Alcalde, Ministro con dos presidentes distintos -de Hacienda bajo la presidencia de Itamar Franco y de Integración Nacional durante la de Luiz Inácio Lula da Silva y uno de sus rivales-, e incluso ha llegado a ser gobernador del estado de Ceará. “Lula y Bolsonaro son las caras de la moneda de la mediocridad de una clase política sin escrúpulos”, expresó Gomes, que ya en 2018, en una entrevista con Folha de Sao Paulo, dijera que fue “miserablemente traicionado” por Lula y “sus secuaces”.
Simone Tebet y Ciro Gomes fueron dos rara avis en el mapa electoral brasileño, es cierto, pero, por la ecuanimidad demostrada, sus votantes se transformaron en una minoría decisiva. Y enfrentados ante tan dramática falsa oposición política, a dirimirse en el balotaje, ambos optaron por apoyar la candidatura de Lula da Silva.
A diferencia de su contrincante, Lula da Silva ya había logrado conformar su fórmula presidencial con uno de los principales referentes políticos centro-derechistas: Geraldo Alckmin, miembro del Opus Dei y connotado partidario, en el pasado, de las llamadas corrientes ideológicas neoliberales. Alckmin fue un exitoso gobernador del Estado de San Pablo -2011-2018-, como lo fuera en sus Presidencias Lula da Silva, pero ambos terminaron acusados de escandalosos actos de corrupción. Ahora, los dos son septuagenarios y es de esperar que hayan aprendido de tantos errores y horrores cometidos, cuando eran más jóvenes. Eso es lo que puede explicarnos qué, dicha fórmula, recogiera el apoyo de uno de los mayores estadistas que gobernara el Estado Federativo de Brasil: Fernando Henrique Cardoso y quien le traspasara la investidura presidencial a Lula da Silva, el 1° de enero de 2003.
Además, esa fórmula, también recogió, antes de la primera vuelta, el apoyo de uno de los mejores formado y primer afro-brasileño que integrara el Tribunal Supremo de Justicia, nombrado bajo la Presidencia de Lula da Silva -en un capítulo de la historia verdaderamente novelesca-, pero quien comenzó a juzgar y condenar los primeros delitos cometidos durante su administración: Joaquim Barbosa.
En la primera vuelta, lógicamente, Lula da Silva salió primero, como candidato a la Presidencia, pero -los sectores políticos que se le oponen-, lograron la mayoría en el Poder Legislativo y, después de la segunda vuelta, también obtuvieron la mayoría de las Gobernaciones estaduales. Y en una muy joven democracia brasileña, dichos fenómenos pueden llegar ser garantes del equilibrio de su institucionalidad democrática.
El Poder Judicial ha demostrado mucha fragilidad ante las presiones de los Poderes Ejecutivos y promisorios dirigentes políticos de turno, pero cuenta con juristas muy bien formados que alientan un futuro diferente, para lograr su más sensata gestión e imprescindible independencia de los demás poderes del Estado.
Indudablemente, la Presidencia de Jair Bolsonaro, aunque su administración logró cierta estabilidad y avances a nivel económico en tiempos tormentosos, en lo político, social y cultural fue caótica y reaccionaria, particularmente en los dramáticos días de la pandemia que conmovió al mundo.
Un liderazgo político en Brasil, con las características del de Bolsonaro, muy difícilmente se hubiera podido de desarrollar sin los fenómenos de corrupción –mensalao y lava jato-, registrados durante las administraciones de Lula da Silva. A su vez, este último, habría contado con importantes escollos para resurgir, políticamente, sin la existencia de tan radical antagonista.
De todas formas, al igual que en todos nuestros países, el viento de cola de nuestras economías, en los primeros años del siglo XXI, durante las administraciones de Lula da Silva, a diferencia de otros gobiernos de la región -pertenecientes a su mismo signo ideológico-, se logró el ascenso social de treinta millones de pobres, de la mano de importantes transformaciones educativas.
De ahí que las diferencias tan exiguas en el balotaje, encuentran una posible explicación en que, la mayoría de los electores que optaran por uno u otro, no lo hicieran, en una buena medida, por sus virtudes sino por los mayores o menores defectos de los contrincantes. Un importante porcentaje de electores, tanto de uno u otro lado, no los votaron a favor, sino que lo hicieron en contra del otro.
Es evidente que los grupos más extremos, a través de las redes sociales, contribuyeron a fomentar la aversión mutua de los electores. Pero el tan bajo nivel del último debate televisivo entre los dos candidatos, también contribuyó a caldear los ánimos de la gente.
En definitiva, el balotaje demuestra que la mayoría de los electores brasileños, terminaron optando, ajustadamente, por el candidato que consideraron el mal menor para el futuro de su joven democracia.
Y más allá de los ruidos estridentes de los primeros días, posteriores al balotaje y las amenazas a la continuidad de la institucionalidad democrática, la nueva coalición de fuerza políticas que asumirá el gobierno en 2023, es altamente probable que continúen las políticas de Estado, preservadas durante las diferentes administraciones, restituyendo un clima de sensatez, prudencia y ecuanimidad. Para que ello sea posible, también contribuirá la tan cercana proximidad del próximo mundial de fútbol, en el cuál la selección brasileña es una de las favoritas, así como el inicio de la temporada estival.
Esperemos que esas sean las principales lecciones para triunfadores y perdedores, en las que se afinquen las esperanzas de un mejor futuro para la sociedad democrática brasileña, haciéndola cada vez más libre y justa.
Los desafíos son mayúsculos, es cierto, pero también, en política, lo que puede llegar a considerarse como un mal menor es posible transformarlo en un bien mayor.
“Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético” y “la vida no es un sueño, pero puede llegar a ser un sueño”, escribieron los poetas: Borges y Novalis.
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Some lessons from the elections in Brazil
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