Hugo Burel
A propósito de un nuevo Día del Libro en nuestro país, me pareció pertinente compartir con los lectores de esta página de Centro PEN Uruguay algunas breves reflexiones sobre la lectura, esa maravillosa posibilidad que ofrece la inteligencia y que Mario Vargas Llosa siempre señala como lo más importante que le sucedió en la vida.
Hay una cita de Jorge Luis Borges que siempre suscribo: “Que otros se jacten de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los que leí”. Un maestro de la escritura reconoce en la lectura una actividad superior y más digna de jactancia que el acto de escribir. La lectura es una de las actividades humanas cuya renuncia o postergación más daño causan al espíritu. Hablo de la lectura de libros, en especial aquellos que tienen la posibilidad de cambiarnos una vez que los concluimos. Libros que no nos dejan indiferentes y que una vez que pasamos por ellos, ya no somos los mismos.
Hace muchos años atrás dediqué un enero entero a la lectura de esa legendaria novela llamada Ulises, con la cual el irlandés James Joyce dejó una huella indeleble en la literatura del Siglo XX. Entonces compré la edición de Santiago Rueda y además me pertreché con el comentario de Stuart Gilbert, publicado por Siglo XXI, una especie de guía Michelin para no perderme en el laberíntico mamotreto joyceano. Entonces tenía veintitrés años y pensaba que leer a ciertos autores era una cuestión emparentada con el ascenso a una montaña, con algo de conquista y desafío. Dos décadas después escribí, en un suplemento cultural que dirigía, un artículo que titulé: “¿Vale la pena leer Ulises?” En realidad era un alegato para no leerlo si no había una razón lo suficientemente poderosa. Con esta digresión quiero resumir una idea muy simple: no hay que leer por obligación, desafío o porque quede bien; hay que leer por placer.
Existe una regla de marketing que la mayoría de las librerías, en especial las que funcionan en los shoppings, aplican invariablemente: exhibir de manera destacada lo último, lo más reciente, lo que se acaba de publicar, sin que importe el género o la calidad intrínseca del producto. Así la lectura pasa a formar parte del universo de la moda, del fugaz presente, y del ocasional relumbrón de algún título que se percibe como inevitable. Se trata del libro como categoría del “prêt à porter”.
Una vez en una playa de Punta del Este creí estar ante un espejismo: iba caminando y si miraba con atención todas las personas que leían junto a su sombrilla o reclinados en reposeras tenían el mismo libro: El código Da Vinci. La tapa, con la reproducción de la Gioconda de Leonardo, se repetía de manera pesadillezca como los sombreros de hongo que aparecen en algunos cuadros de Magritte. Por fin, a lo lejos, pude distinguir una tapa distinta y me acerqué para descubrir cuál era la excepción. No era tal: se trataba de la edición italiana del mismo libro, presentado con un diseño diferente. Hoy, su furor ha cesado y el libro de Dan Brown, un éxito planetario, ya no está entre los más destacados. Segunda reflexión: si no hay obligación de leer Ulises, menos la hay de leer todo lo nuevo que se edita, lo que está primero en las listas o lo que algún librero apresurado recomienda. Es mejor aprovechar el precioso tiempo de la lectura para rescatar, si podemos, alguna obra indiscutible que no leímos y que ha superado el tamiz de los años y la veleidosa fugacidad de modas, oportunismo y caprichos.
Por último, y sin ánimo de denostar otros géneros, para mí la lectura es el espacio de la ficción. Se que hay excelentes ensayos o crónicas sobre hechos verdaderos que se destacan en muchas mesas y son muy tentadores. Yo prefiero postergarlos en la búsqueda de la intransferible invención y de los mundos que solo construye la literatura de ficción. Ejemplo: entre un ensayo de Georges Duby sobre la vida en un monasterio de la Edad Media y El nombre de la Rosa de Umberto Eco no dudo: prefiero la novela. Reconozco en esto una militancia en favor de la ficción narrativa, maravilla que demasiados lectores se pierden y no pocos autores desatienden, guiados quizá por el ocasional atractivo de temas de los que en otras épocas solo se ocupaban los periódicos.
The pride of reading
Hugo Burel
With regard to a new Day of the Book in Uruguay, it seemed pertinent to me to share with the readers of this page of Centro PEN some brief reflections on reading, that wonderful possibility that intelligence offers and that Mario Vargas Llosa always points out as the most important thing that happened in life.
There is a quote from Jorge Luis Borges that I always subscribe to: «Let others boast of the books they have written, I am proud of the ones I read.» A master of writing recognizes in reading a higher and more boastful activity than the act of writing. Reading is one of the human activities whose renunciation or postponement causes the most damage to the spirit. I’m talking about reading books, especially those that have the possibility of changing us once we finish them. Books that do not leave us indifferent and that once we go through them, we are no longer the same.
Many years ago I dedicated an entire January to reading that legendary novel called Ulysses , with which the Irishman James Joyce left an indelible mark on 20th century literature. Then I bought the Santiago Rueda edition and I also equipped myself with Stuart Gilbert’s commentary, published by Siglo XXI, a kind of Michelin guide so as not to get lost in the labyrinthine Joycean tome. I was then twenty-three years old and I thought that reading certain authors was a matter akin to climbing a mountain, with something of conquest and challenge. Two decades later I wrote, in a cultural supplement that I directed, an article titled: “Is it worth reading Ulysses?” It was actually a plea not to read it if there wasn’t a strong enough reason. With this digression I want to summarize a very simple idea: you don’t have to read out of obligation, challenge or because it looks good; you have to read for pleasure.
There is a marketing rule that most bookstores, especially those that work in malls, invariably apply: prominently display the latest, the most recent, what has just been published, regardless of genre or quality. intrinsic to the product. Thus, reading becomes part of the universe of fashion, the fleeting present, and the occasional flash of a title that is perceived as inevitable. It is about the book as a category of “prêt à porter”.
Once on a beach in Punta del Este I thought I was facing a mirage: I was walking and if I looked carefully all the people who were reading next to their umbrella or reclining on deck chairs had the same book: The Da Vinci Code. The cover, with the reproduction of Leonardo’s Gioconda, was repeated in a nightmarish way like the bowler hats that appear in some of Magritte’s paintings. Finally, in the distance, I could make out a different lid, and I went closer to find out what the exception was. It was not such: it was the Italian edition of the same book, presented with a different design. Today, his fury has ceased and Dan Brown’s book, a planetary success, is no longer among the most prominent. Second reflection: if there is no obligation to read Ulysses, there is even less to read everything new that is published, what is first in the lists or what some hasty bookseller recommends. It is better to take advantage of the precious time of reading to rescue, if we can, some indisputable work that we did not read and that has overcome the sieve of the years and the fickle transience of fashions, opportunism and whims.
Lastly, and without the intention of reviling other genres, for me reading is the space of fiction. I know that there are excellent essays or chronicles on true facts that stand out on many tables and are very tempting. I prefer to postpone them in the search for the non-transferable invention and the worlds that only fictional literature builds. Example: between an essay by Georges Duby on life in a monastery in the Middle Ages and The Name of the Rose by Umberto Eco I have no doubt: I prefer the novel. I recognize in this a militancy in favor of narrative fiction, a wonder that too many readers get lost and not a few authors neglect, guided perhaps by the occasional attraction of topics that in other times only newspapers dealt with.
L´ orgueil de lire
Hugo Burel
A l´ occasion d´une nouvelle Journée du Livre en Uruguay, il m’a semblé pertinent de partager avec les lecteurs de cette page du Centro PEN quelques brèves réflexions sur la lecture, cette merveilleuse possibilité qu’offre l’intelligence et que Mario Vargas Llosa signale toujours comme la chose la plus importante qui s’est produite dans la vie.
Il y a une citation de Jorge Luis Borges à laquelle je souscris toujours : «Que les autres se vantent des livres qu’ils ont écrits, moi je suis fier de ceux que j’ai lus.» Un maître de l’écriture reconnaît dans la lecture une activité plus haute et plus prestigieuse que l’acte d’écrire. La lecture est l’une des activités humaines dont le renoncement ou l’ajournement cause le plus de dommages à l’esprit. Je parle de lire des livres, surtout ceux qui ont la possibilité de nous changer une fois qu’on les a finis. Des livres qui ne nous laissent pas indifférents et qu’une fois qu’on les a parcourus, on n’est plus les mêmes.
Il y a de nombreuses années, j’ai consacré un mois de janvier entier à la lecture de ce roman légendaire appelé Ulysse , avec lequel l’Irlandais James Joyce a laissé une marque indélébile sur la littérature du XXe siècle. Puis j’ai acheté l’édition Santiago Rueda et je me suis également équipé du commentaire de Stuart Gilbert, publié par Siglo XXI, une sorte de guide Michelin pour ne pas se perdre dans le tome labyrinthique de Joyce. J’avais alors vingt-trois ans et je pensais que lire certains auteurs ressemblait à gravir une montagne, avec quelque chose de conquête et de défi. Deux décennies plus tard, j’écrivais, dans un supplément culturel que je dirigeais, un article intitulé : « Est-ce que ça vaut la peine de lire Ulysse ? C’était en fait un plaidoyer pour ne pas le lire s’il n’y avait pas une raison assez forte. Avec cette digression, je veux résumer une idée très simple : vous n’avez pas à lire par obligation, par défi ou parce que ça a l’air bien ; il faut lire pour le plaisir.
Il existe une règle marketing que la plupart des librairies, notamment celles qui travaillent dans les centres commerciaux, appliquent invariablement : afficher bien en vue le dernier, le plus récent, ce qui vient d’être publié, quel que soit le genre ou la qualité intrinsèque au produit. Ainsi, la lecture devient une partie de l’univers de la mode, le présent éphémère et l’éclat occasionnel d’un titre perçu comme inévitable. Il s’agit du livre comme catégorie de prêt à porter.
Une fois sur une plage de Punta del Este, j’ai cru faire face à un mirage: je me promenais et si je regardais attentivement toutes les personnes qui lisaient à côté de leur parasol ou allongées sur des transats, avaient le même livre : Le Da Vinci Code . La couverture, avec la reproduction de la Gioconda de Léonard, se répète de manière cauchemardesque comme les chapeaux melon qui apparaissent dans certains tableaux de Magritte. Enfin, au loin, j’ai pu distinguer un couvercle différent, et je me suis approché pour savoir quelle était l’exception. Il n’en était rien : c’était l’édition italienne du même livre, présentée avec un dessin différent. Aujourd’hui, sa fureur a cessé et le livre de Dan Brown, succès planétaire, n’est plus parmi les plus en vue. Deuxième réflexion : s’il n’y a pas d’obligation de lire Ulysse, il y a encore moins de lire tout ce qui se publie de nouveau, ce qui est premier dans les listes ou ce que recommande quelque libraire pressé. Il vaut mieux profiter du temps précieux de la lecture pour sauver, si nous le pouvons, une œuvre indiscutable que nous n’avons pas lue et qui a surmonté la passoire des années et la fugacité des modes, des opportunismes et des caprices.
Enfin, et sans vouloir dénigrer les autres genres, la lecture est pour moi l’espace de la fiction. Je sais qu’il existe d’excellents essais ou chroniques sur des faits réels qui ressortent sur de nombreux tableaux et sont très tentants. Je préfère les reporter dans la recherche de l’invention non transférable et des mondes que seule la littérature de fiction construit. Exemple : entre un essai de Georges Duby sur la vie dans un monastère au Moyen Age et Le Nom de la rose d’Umberto Eco je n’ai aucun doute : je préfère le roman. J’y reconnais un militantisme en faveur de la fiction narrative, un émerveillement que trop de lecteurs s’égarent et que nombre d’auteurs négligent, guidés peut-être par l’attirance occasionnelle de sujets qu’autrefois seuls les journaux traitaient.
O orgulho de ler
Hugo Burel
A propósito de um novo Dia do Livro em nosso país, achei pertinente compartilhar com os leitores desta página do Centro PEN Uruguai algumas breves reflexões sobre a leitura, essa maravilhosa possibilidade que oferece a inteligência e que Mario Vargas Llosa sempre aponta como a mais coisa importante que aconteceu em sua vida.
Há uma frase de Jorge Luis Borges que sempre subscrevo: «Que os outros se vangloriem dos livros que escreveram, tenho orgulho dos que leio». Um mestre da escrita reconhece na leitura uma atividade mais elevada e prepotente do que o ato de escrever. A leitura é uma das atividades humanas cuja renúncia ou adiamento causa mais danos ao espírito. Estou falando da leitura de livros, principalmente daqueles que têm a possibilidade de nos mudar assim que os terminarmos. Livros que não nos deixam indiferentes e que depois de os lermos já não somos os mesmos.
Há muitos anos dediquei um mês de janeiro inteiro à leitura daquele romance lendário chamado Ulysses , com o qual o irlandês James Joyce deixou uma marca indelével na literatura do século XX. Depois comprei a edição de Santiago Rueda e me abasteci também do comentário de Stuart Gilbert, publicado pelo Siglo XXI, uma espécie de guia Michelin para não me perder no labiríntico tomo joyceano. Eu tinha então vinte e três anos e achava que ler certos autores era uma questão de escalar uma montanha, com algo de conquista e desafio. Duas décadas depois escrevi, num suplemento cultural que dirigi, um artigo intitulado: “Vale a pena ler Ulisses?” Na verdade, era um apelo para não lê-lo se não houvesse uma razão forte o suficiente. Com esta digressão quero resumir uma ideia muito simples: não é preciso ler por obrigação, por desafio ou porque parece bom; você tem que ler por prazer.
Existe uma regra de marketing que a maioria das livrarias, principalmente as que funcionam em shoppings, invariavelmente aplicam: exibir com destaque o que há de mais recente, o mais recente, o que acaba de ser publicado, independente do gênero ou da qualidade intrínseca ao produto. Assim, a leitura passa a fazer parte do universo da moda, o presente fugaz e o lampejo ocasional de um título percebido como inevitável. Trata-se do livro como categoria de “prêt à porter”.
Certa vez, em uma praia de Punta del Este, pensei estar diante de uma miragem: caminhava e, se olhasse com atenção, todas as pessoas que estavam lendo ao lado de seu guarda-chuva ou reclinadas em espreguiçadeiras tinham o mesmo livro: O Código Da Vinci . A capa, com a reprodução da Gioconda de Leonardo, repetiu-se de forma apavorante como os chapéus-coco que aparecem em algumas pinturas de Magritte. Finalmente, ao longe, pude distinguir uma tampa diferente e me aproximei para descobrir qual era a exceção. Não era assim: era a edição italiana do mesmo livro, apresentado com um design diferente. Hoje, sua fúria cessou e o livro de Dan Brown, um sucesso planetário, não está mais entre os mais destacados. Segunda reflexão: se não há obrigação de ler Ulisses, menos ainda há de ler tudo de novo que se publica, o que está em primeiro lugar nas listas ou o que algum livreiro apressado recomenda. É melhor aproveitar o precioso tempo da leitura para resgatar, se pudermos, alguma obra indiscutível que não lemos e que superou o crivo dos anos e a transitoriedade inconstante das modas, oportunismos e caprichos.
Por fim, e sem a intenção de denegrir outros gêneros, para mim a leitura é o espaço da ficção. Sei que existem excelentes ensaios ou crônicas sobre fatos reais que se destacam em muitas mesas e são muito tentadores. Prefiro adiá-los na busca da invenção intransferível e dos mundos que só a literatura ficcional constrói. Exemplo: entre um ensaio de Georges Duby sobre a vida num mosteiro na Idade Média e O nome da rosa de Umberto Eco não tenho dúvidas: prefiro o romance. Reconheço nisso uma militância em favor da ficção narrativa, uma maravilha que muitos leitores se perdem e não poucos autores negligenciam, guiados talvez pela atração ocasional de temas que em outros tempos só os jornais tratavam.